viernes, 8 de mayo de 2015

Una acción aparentemente pequeña







He tardado mucho tiempo en transgredir las leyes de Euskaltzandia.
Siento mucho respeto por las palabras y las leyes que las rigen, pero ha llegado un momento en que he tomado la decisión de hacer de mi capa un sallo.
Excepcionalmente, por supuesto.
Se trata del apellido de mi padre, Oraa, que es el que yo utilizo.
Ya es bastante difícil de por sí.
Lo pronuncian bastante bien en Madrid porque lo conocen: hay una calle que se llama General Oráa a la que le han puesto un acento en la primera “a”.
Allí hacen lo que les da la gana y ni se les ha ocurrido que es un apellido vasco que viene de Zumárraga y que los nombres vascos no llevan acento.
Por lo menos eso es lo que me enseñaron a mi desde pequeña y como probablemente me lo dijo mi padre, le creí y he tenido que vivir toda mi vida teniendo que soportar que cada vez que dicen mi nombre, digan Ora que suena fatal.
En esos casos o bien me aguanto lo cual resulta bastante molesto o digo “Oraa con dos aes" que también me resulta incómodo.
Unas veces me entienden y otras no; en ambos casos me causa cierto desasosiego.
En países de habla inglesa siempre me llaman Ora y no me importa, ni siquiera les corrijo, no tendría sentido.
Además les encanta porque suena a aura, lo que mezclado con mi nombre cuyo significado suelen conocer, les da la sensación de que tengo el aura blanca y eso es señal de que podría estar iluminada y así ad infinitum.
Algunas personas no me creen cuando digo que es un apellido vasco, les parece raro.
La verdad es que a mi también me parece un poco raro.
En Australia no resultaría tan raro porque allí usan mucho dos "oes" seguidas en los nombre de lugares, como Twoowoomba.
Jorge Oteiza me decía que tuviera cuidado con Euskaltzandia porque eran capaces de meter una chimenea (se refería a una “h” entre las dos “aes”).
A Luis Berlanga le parecía surrealista.
Y a mi me da tanto trabajo que he decidido desobedecer a Euskaltzandia y liberarme de una vez por todas de algo que me resulta desagradable y con lo que he convivido demasiado tiempo.
Así que ayer, ni corta ni perezosa, cuando firmé un papel en el banco de Bilbao, me pareció el momento adecuado para llevar a cabo una acción aparentemente minúscula, pero inmensa para mi y de enorme repercusión personal: al firmar, estampé un acento en la segunda "a" y me quedé muy satisfecha.

Blanca Oraá





Ojalá no hubiera hecho lo que hice con el apellido de mi madre que tantos sinsabores me crea cuando viajo sobretodo.





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